por Eva María Rodrigo Gómez
Mucho más que solemnes candelabros. Me ha sorprendido ver cómo se ironizaba en facebook sobre una foto en la que se veía al papa celebrando una misa en santa María la Mayor con el superior de los jesuitas al lado.
Sinceramente, la ironía sobre Sosa celebrando con toda solemnidad me parece bastante superficial si se compara con la importancia de lo que estaba sucediendo en ese momento. La misa en cuestión era en acción de gracias por el centenerio de la fundación del Pontificio Instituto Oriental [PIO N.d.R.] y de la Congregación para la Iglesias Orientales. Estudio en el susodicho instituto y he tenido el privilegio de poder asistir en primera persona a esta celebración. La presencia de ambos personajes, santo padre y superior de los jesuitas, era significativa e importante porque mostraba el continuado apoyo de la Santa Sede y de la Compañía de Jesús a este proyecto, fundada por la primera y confiada a la segunda.
Igualmente importantes y conmovedor, en mi opinión, era la procesión de entrada en la que se veían obispos y sacerdotes de toda clase de nacionalidades, lenguas y ritos, en una suerte de nuevo Pentecostés, en el que apreciar la riqueza de la Iglesia Católica, o sea, universal. La riqueza de ritos y proveniencias se veía incluso en las vestiduras litúrgicas, con los diáconos bizantinos que llevaban la estola cruzada; los obispos con una suerte de corona-casco en lugar de la simple mitra latina, o las distintas casullas coptas, de Egipto, o siro-malabares, de India.
Así mismo, era estupendo oír en evangelio cantilado en árabe por un diácono melquita (católico, de rito bizantino y lengua árabe) o los cantos de la comunión en antiguo paleoeslavo (el equivalente litúrgico al latín para el mundo eslavo). Dentro de la celebración tenía un lugar especial el icono de la Virgen de la Salus Populi Romani, joya de Santa María la Mayor, y algo profundamente latino y romano, a la vez que íntimamente ligado al Oriente Cristiano.
En los asientos de los fieles también había una enorme riqueza eclesial: a un lado tenía a una monja de rito latino, a otro lado tenía una iraquí siro-oriental (“nestoriana”) y detrás tenía a una siria siro-occidental (“monofisita”). Todas celebrando la fe en el mismo Cristo, tal como afirmaron y firmaron Juan Pablo II con los respectivos patriarcas de las Iglesias separadas.
Esta celebración era una suerte de síntesis de lo que supone frecuentar el Pontificio Instituto Oriental, hecho que considero un auténtico privilegio, donde conoces gente de toda lengua y nación, enriqueciéndote con el patrimonio católico no latino y abriéndote al diálogo ecuménico, conociendo y sanando, al menos a nivel interpersonal, viejas heridas del pasado.
En dicho insituto, para clausurar los festejos del centenario, ha habido un congreso sobre la respuesta teológica que conviene dar a la violencia. Han sido dos días de alto nivel teológico y humano, que no creo que hayan dejado indiferentes a ninguno de los presentes, y que nos han hecho reflexionar sobre la importancia y el valor del martirio, donde, además, todos somos uno, ante los perseguidores y ante Dios.
Di’ cosa ne pensi